Las trampas del lenguaje: atrapado en el pensamiento

A Filomena, desde que tiene uso de razón, le han dicho que es muy torpe. Se lo decía su hermano, se lo decía su madre y se lo decía su padre. Después de las primeras veces, ya se lo decía ella misma, a veces incluso con cierto orgullo. Se lo decía tantas veces que se lo acabó creyendo a pies juntillas y, como era muy torpe, hacía a menudo cosas de torpe y, por supuesto, no hacía aquellas cosas que no podía hacer porque, cómo no, era muy torpe.

A todos nos pasa un poco como a Filomena en muchos aspectos. Nos decimos que somos de tal o cual manera y que por eso no podemos hacer algo, o que no soportamos sentir determinadas emociones, y por eso evitamos situaciones que nos la provoquen, o que es horrible que el mundo sea de tal forma y que por eso no podemos evitar enfadarnos.

Lo que nos decimos es muy importante

Nuestro pensamiento, ese discurso o monólogo interno que todos tenemos y que no para en todo el día, modifica la realidad, no directamente, claro,  pero sí de forma indirecta, transformando la forma en que la percibimos, la forma de sentirnos o la forma en que valoramos o juzgamos nuestras experiencias. El lenguaje es una poderosa herramienta que nos ha permitido evolucionar como especie pero a la vez nos impone una serie de trampas de las que nos puede costar mucho deshacernos y que nos dejan atrapados en nuestra propia mente. Nos pasamos todo el día describiendo, categorizando, evaluando, comparando, etc. hasta el punto de que nuestro comportamiento está más influido por estos procesos internos que por las propias experiencias que tenemos en nuestro día a día.

Los pensamientos nos enganchan y nosotros nos dejamos llevar, nos dejamos hacer. No nos planteamos que pueda otro modo de ver, hacer o sentir las cosas diferente a como nos decimos. Filomena no se plantea que a lo mejor no es tan torpe. El lenguaje no sólo modifica las experiencias que estamos teniendo, si no que también nos modifica a nosotros. Podemos llegar a obligarnos a cambiar nuestra forma de sentirnos si consideramos, a través del lenguaje, que algo no nos afecta tanto como debiera. Imagina que te llama un amigo al que no ves desde hace tiempo y te cuenta que le ha pasado algo malo. Cuando cuelga te sientes un poquito triste, pero nada del otro mundo. Y entonces surge un pensamiento en tu cabeza que dice, “debería sentirme peor, le ha pasado una desgracia y yo me quedo tan normal” y por supuesto, te das la razón a ti mismo, y empiezas a darle vueltas y vueltas a esa desgracia que le ha pasado a tu amigo hasta que te sientes tan mal que te quedas “agusto”. Casi toda nuestra realidad está construida con el filtro del lenguaje, lo que nos lleva continuamente a adelantamos a los acontecimientos, en lugar de vivirlos, y a recordarlos de forma distorsionada por el mismo motivo.   

¿Cómo salimos de la trampa del lenguaje?

La solución puede ir por muchos caminos, pero un buen punto de partida es la toma de conciencia. Se trata de empezar a ver nuestro pensamiento como lo que es, un proceso mental que ocurre dentro de nosotros en lugar de considerarlo como una verdad inmutable y absoluta que no se puede cuestionar. Que tenga un pensamiento de que soy torpe no significa que sea torpe. Tal vez ayude a clarificar este punto una metáfora sobre un aspecto muy actual. No es lo mismo el post de Instagram donde publicaste las fotos de la última fiesta con tus amigas que la propia fiesta en sí. En esa velada ocurrieron muchas cosas que no se ven en la foto. De forma similar, en el día a día ocurren muchas cosas que nuestro diálogo interno no menciona, y no por ello dejan de ser importantes. La realidad es el momento presente, no el pensamiento, al igual que la realidad es el momento vivido en la fiesta, y no las fotos subidas a la red social. Los pensamientos nos describen la vida, pero no son la vida misma.

La mejor forma de aprender a sortear las trampas del lenguaje es aprendiendo a conectar con el momento presente, atendiendo a las experiencias en el momento en que se están produciendo, sin juzgar continuamente. Para ello, puedes entrenar la habilidad mindfulness. Esta te permite desenredarte de los líos que impone la mente y vivir en el presente, sin dejarte engatusar por las trampas de las palabras.

¿Por qué no puedo parar de preocuparme?

Photo by Andrea Piacquadio on Pexels.com

Llevo toda la mañana pensando, y ya no puedo más. Pero es que no puedo parar de pensar. Aunque nadie puede, o eso dicen. Bien, al menos, le pasa a más gente. Empecé preocupándome desde primera hora de la mañana, nada más levantarme, ya tenía la cabeza ocupada con la falta de planes para el día, sería un domingo aburrido, seguro, y ayer tampoco hice nada divertido, ya van dos, y ya sabemos el refrán (no hay dos sin tres). Claro, no tengo suficientes amigos cerca. Casi todos mis amigos viven lejos, y eso me preocupa, porque sin amigos no puedo hacer tantos planes, y cada vez salgo menos, si yo antes salía más. Qué mal, esto de no salir, es un rollo. En esto que ya estoy recogiendo el desayuno, al abrir el grifo se me viene a la cabeza que llueve muy poco últimamente, a ver si llueve, que va a haber sequía a este ritmo. Este pensamiento me angustia, porque claro, sin agua, todo se va al garete, las plantas, los animales, !ay los animales! sobre todo los animales, pobrecitos, que no entienden nada. Es horrible. El cambio climático es lo peor, tengo que hacer algo, debería reciclar más o debería iniciar alguna campaña de concienciación, porque claro, la gente no es consciente de lo que nos viene encima… Por cierto, me acabo de acordar al ver el portarretrato de mi madre, que anoche no me llamó, qué raro, ¿estará bien? La voy a llamar, pero aún no, que es domingo y es muy temprano, me voy a esperar un poco. Pero qué raro de verdad que no me haya llamado. Seguro que está otra vez con el dolor de cabeza, que eso es otra, por qué le duele tanto la cabeza, ya lleva una semana que le duele, ¿y si tiene algo? La voy a llamar y le voy a decir que tiene que ir al médico. Buf, seguro que le dan cita para dentro de un año, es que la sanidad está cada vez peor… Pero bueno, ¿qué os estaba yo contando? Ah, eso, que creo que me preocupo demasiado…

Los pensamientos rumiativos

¿Te suena algo de todo esto? Me he permitido una pequeña licencia creativa para ejemplificar un resumen breve de todo lo que puede pasar por una cabeza en un ratito de la mañana. Parece absurdo, ¿por qué no puede dejar de darle vueltas a todo? Es como si su mente tuviera vida propia. Efectivamente, el personaje de este relato no es el único al que le ocurre esto. Fíjate si le pasará a gente que incluso está estudiado ya. A este tipo de pensamientos que no paran de dar vueltas a los mismos temas una y otra vez, que son agotadores porque son muy cansinos, se les llama rumiaciones o pensamientos rumiativos. 

La utilidad de las preocupaciones

Lo que sucede es que nuestro cerebro está programado para pensar, puede parecer algo obvio, pero veamos las implicaciones de esta obviedad. Esto quiere decir que la mente siempre, en cada momento, tiene que estar ocupada, siempre va a haber pensamientos o imágenes volando de un sitio a otro y saltando de un tema a otro, como un río enorme que nunca deja de fluir. Muchas veces las personas aprendemos a dirigir toda esa actividad de forma productiva y a centrarla en objetivos que nos ayudan en nuestro día a día, pero otras veces, la maquinaria se centra en recrearse con las preocupaciones, bien porque hemos aprendido a hacerlo desde pequeños o bien porque estamos viviendo una época de mayor estrés y ansiedad. Rumiamos sobre todo lo que puede salir mal, todo lo que hemos hecho mal, todo lo que otros han hecho mal, todo lo que tenemos aún que hacer, todo lo que no tenemos tiempo para hacer pero nos gustaría y un largo etcétera. 

Resulta que las preocupaciones tienen gran un valor adaptativo, tienen su razón de ser. Este mecanismo, junto con la emoción de la ansiedad, nos permiten estar preparados para afrontar posibles situaciones problemáticas futuras. Gracias a que nos preocupamos podemos planificar con antelación cómo superar unas oposiciones o prepararnos para una entrevista de trabajo importante. 

También influyen mucho nuestras experiencias anteriores con las preocupaciones y sus efectos. Es posible que de forma inconsciente confiemos en la preocupación como una forma muy útil para evitar desastres. Cada vez que te has preocupado por algo malo que podía suceder pero que finalmente no lo ha hecho, se ha establecido una conexión en tu memoria del tipo “si me preocupo, evito que pasen cosas malas”. Aunque el hecho de que te preocuparas no haya tenido nada que ver, eso da igual, nuestra mente conecta ambos hechos y lo guarda como una forma útil para prevenir desgracias.   

Por si fuera poco, la propia sociedad o la familia, fomentan y refuerzan que nos preocupemos. Tenemos que preocuparnos por los demás, tenemos que preocuparnos para dar siempre lo mejor de nosotros mismos, preocuparse por un familiar significa que le quieres, por tanto, contra más te preocupes por alguien, más buena persona eres y más le quieres. Estos son sólo algunos ejemplos, pero hay cientos.  

Claro, al final es normal que esto se nos vaya de las manos y tengamos la sensación de que estamos saturados, desbordados y de que nuestra mente va a mil por hora, que está fuera de nuestro control.  

¿Qué podemos hacer para preocuparnos menos?

Como he mencionado, la preocupación tiene un valor adaptativo, por lo que no se trata de erradicarla para siempre de nuestro repertorio mental. Se trata de sacarle el máximo partido, de utilizarla en su justa medida y de aceptarla como parte de nosotros, evitando caer en la rumiación. 

Claves para mantener a raya a las preocupaciones
  1. Entrénate en darte cuenta de que estás teniendo pensamientos rumiativos. Lo primero que hay que aprender es a darse cuenta de que te estás preocupando demasiado, si no, difícilmente podrás cambiarlo. Cuando te sientas mal sin saber por qué y te descubras nadando en ese río de pensamientos enmarañados, no te fustigues, no le añadas más caudal preocupándote por estar preocupado. Simplemente, felicítate por ser más consciente y luego pon en marcha algunas de las otras herramientas que te presento.
  2. Vamos a poner orden en el armario de las preocupaciones. Saca una libreta y dibuja tres columnas. Vamos a clasificar nuestras preocupaciones para que dejen de flotar libremente y que podamos tener una visión más clara. Clasificaremos nuestras rumiaciones como “preocupaciones realistas y modificables”, “preocupaciones realistas y no modificables” y por último, “preocupaciones poco realistas y poco probables”. Así podemos sacarlas de nuestra cabeza, dándonos un respiro y evitando la sensación de que se nos olvida algo. Escribe todas las que se ocurran, no te dejes ni una. 
  3. Encárgate de las preocupaciones realistas y modificables. Estas son las relacionadas con problemas inmediatos, que son realistas y en las que tienes capacidad de actuación, que puedes solucionar. Por ejemplo, preocuparte por un examen, por una fiesta a la que tienes que ir esta semana, por las tareas de casa que tienes que hacer o porque alguien te ha pedido una ayuda que puedes dar. La mejor forma de afrontarlas es enfrentándote a ellas. Una vez que las tengas identificadas establece un plan de acción para cada una. Escribirlo puede ayudarte a encontrar formas creativas de solucionar cada problema. 
  4. Aprende a aceptar las preocupaciones realistas y no modificables. Son aquellas que versan sobre problemas reales que nos afectan en el presente pero que no podemos hacer nada para cambiarlos. Por ejemplo, las preocupaciones sobre la economía de un familiar al que no podemos ayudar, el exceso de carga laboral en un momento puntual o la enfermedad de algún conocido. En este caso, para este tipo de pensamientos sólo podemos actuar sobre cómo nos sentimos, sobre las emociones que nos generan. Se trata de desconectar y de cambiar el foco de nuestra atención a otros asuntos. Implícate en alguna tarea que tenga tu mente entretenida, desahógate con alguien de confianza, queda con amigos para salir de casa y olvidarte durante un rato, haz deporte o lee un libro que te guste mucho. 
  5. Preocupaciones poco realistas y poco probables. Estas son las que a veces nos generan un gran malestar porque suelen tener un contenido muy desagradable. Por ejemplo, nos angustia que un familiar pueda tener un accidente de coche, que le ocurra algo a un hijo o a una hija cuando sale de casa… Aunque sean cosas que pueden ocurrir, realmente las probabilidades son muy bajas, pero como están tan cargadas afectivamente, nos hacen que magnifiquemos la posibilidad de que ocurran. Una forma de mitigarlas es preguntarte cuántas probabilidades hay realmente de que ocurra eso que temes. Para ayudarte a ser más objetivo puedes imaginar que el problema te lo está contando otra persona, piensa en qué le dirías.

Estas claves son un ejercicio que hay que repetir a menudo para que vayan surtiendo efecto. Ten en cuenta que si la preocupación excesiva es un hábito que has adquirido, no se va a cambiar de un día para otro. También hay momentos en nuestra vida más estresantes que nos dificultan lidiar con las preocupaciones. Sé flexible y recuerda que no se trata de ser impasible sino de saber dar la importancia adecuada a cada tema. Sobre todo, intenta no caer en la trampa de pensar que si no te preocupas es porque no te importa y de fustigarte por el hecho de estar preocupado de nuevo. Darte cuenta de tus procesos mentales es un gran avance y una parte muy importante para aumentar tu autoconocimiento.

Pasos para fortalecer la autoestima

¿Cuánto tiempo pasas al día comparándote con los demás? ¿Cuántas veces te encuentras entre pensamientos rumiativos sobre lo poco o mucho “cualquier adjetivo” que eres en comparación con tal o cual persona? ¿Cuándo fué la última vez que te dijiste “soy un desastre”, “soy lo peor” o “soy inútil”? Tranquilidad, si te ocurre frecuentemente no eres la única persona, ¡a todo el mundo le pasa! Parte de ser humanos supone la necesidad de sentirnos valiosos, sentirnos dignos de ser amados, de ahí que estemos continuamente valorándonos, comparándonos y juzgándonos, para ver si cumplimos las expectativas que nos imponemos tanto nosotros como la sociedad. El problema es que a veces esta necesidad de encajar y de ser valioso se torna en algo autodestructivo, impidiendo nuestro bienestar y sumiéndonos en una situación constante de menosprecio y autodevaluación. Si nos ocurre con demasiada frecuencia o intensidad, es un indicativo de que nuestra autoestima está dañada.   

¿Qué es la autoestima? 

La autoestima es la valoración que hacemos de nuestro autoconcepto o, en otras palabras,  cuánto valoramos la imagen que tenemos de nosotros mismos. El autococepto es una estructura organizada de conocimiento que está compuesta por un conjunto de contenidos mentales, como creencias, percepciones, pensamientos, imágenes y evaluaciones con las que las personas describimos nuestras características personales. Es la imagen que nos hemos ido formando de nosotros mismos a lo largo de nuestra vida y está muy influida por nuestras experiencias y por cómo creemos que nos ven los demás.  

Cómo saber si nuestra autoestima está dañada

Además de las conductas que he mencionado al inicio, hay muchas pistas que nos pueden estar avisando de que algo no anda bien del todo.

  • Sientes constantemente que estás siendo evaluado. 
  • Te comparas continuamente con los demás y casi siempre sales perdiendo.
  • Te descubres frecuentemente entre pensamientos rumiativos sobre algún defecto que crees que tienes o sobre algo que no te gusta de ti. 
  • Te genera mucho nerviosismo conocer a gente nueva, tanto que a veces lo evitas. 
  • Te cuesta tomar decisiones, incluso para cosas sin importancia, como qué zapatos comprar o qué plato elegir.
  • Sientes inseguridad la mayor parte del día y especialmente en situaciones sociales o novedosas. 
  • Tienes dificultad excesivas para hablar con personas de autoridad, y sueles titubear y dudar demasiado cuando tienes que interactuar con ellas.
  • Te cuesta dar tu opinión, en parte porque crees que lo que tú pienses no es tan importante y en parte porque tienes miedo a equivocarte.  
  • Tus expectativas suelen ser de fracaso, y a veces esto te lleva a no intentar cosas y a perder oportunidades. 

Vale, te has visto reflejado o reflejada en varias de estas situaciones, ¿ahora qué? Es la hora de reparar. 

Cómo fortalecer la autoestima

Te hago spoiler, no existe ninguna receta mágica o una técnica concreta y específica que te asegure que vayas a tener la autoestima más hinchada del universo. Este rasgo es algo que se trabaja más bien de forma indirecta a través de una serie de cambios en nuestra actitud y en nuestra conducta que al final, si persistimos, inclinará la balanza hacia el lado positivo en la autovaloración. Nuestra autoestima no es algo inmutable y fijo, es variable. No se trata de estar siempre en la cresta de la ola y creernos los mejores del mundo (que tampoco sería muy recomendable), sino que se trata de tener una autoestima lo más sana posible, sabiendo que podemos tener altibajos y evitando juzgarnos doblemente (no me valoro y además me digo que soy mala persona por no quererme lo suficiente), debemos ser siempre compasivos con nosotros mismos. 

En esta entrada os comparto uno de los primeros pasitos que se pueden dar para ayudar a nuestra autoestima a ir fortaleciéndose. Iré añadiendo otros pasitos en próximas entradas.

Un pequeño paso: Cambia tu lenguaje al compararte

Gran parte de nuestra autoestima se basa en las comparaciones que hacemos de nosotros mismos con los demás. Pueden ser comparaciones sobre nuestro aspecto físico, sobre nuestra inteligencia o sobre cualquier capacidad o habilidad como fuerza, agilidad, velocidad… Tenemos un amplio abanico para medirnos respecto a los otros. Lo que ocurre a menudo es que en estas comparaciones salimos mal parados. Tenemos un sesgo cognitivo que hace que sólo veamos lo malo, aunque sólo sea un pequeña parte del todo global, y le damos un valor tremendo. Podemos vernos horribles por el sólo hecho de no estar tan delgado como la otra persona, sin tener en cuenta que la belleza es más que una talla, o dando más importancia de la cuenta al aspecto físico, como si fuera lo único que importa. Ignoramos cualquier otra virtud que podamos tener y sólo nos quedamos en que no somos tan… como esa otra persona.

Te propongo un cambio que es sencillo pero que puede tener efectos potentes. En primer lugar, es necesario que empieces a darte cuenta de que te estás comparando ¡otra vez! con los demás. A veces lo hacemos de forma tan automática que ni nos damos cuenta de que nos estamos lastimando con nuestros pensamientos. Si te fijas bien, empezarás a ver que lo hacías incluso más veces de las que pensabas. Pues bien, una vez que tengas habilidad en este arte de darte cuenta, es hora de cambiar el lenguaje que utilizas para compararte. Estamos acostumbrados a decirnos “yo soy mejor que…”, “yo soy peor que…”, “esa persona es más que yo…”, “esa otra es menos que yo”, “no sé quién es el mejor…”, y así eternamente. Prueba a cambiar el punto de vista y a buscar si tú también tienes eso que te gusta de la otra persona, aunque sea en menor cantidad. Por ejemplo, cuando te des cuenta de que ¡otra vez! estás pensando que  “Noséquien tiene los ojos más bonitos que yo”, prueba a responderte, “bueno, mis ojos también son bonitos”. O si sueles pensar que alguien es muy inteligente, y que jamás serás tan listo o lista como esa persona, dite a ti mismo “bueno, pero yo también soy inteligente”. Ve desterrando de tu vocabulario los “más que” y los “menos que” y sustituyelos por “yo también” o “yo tampoco”. Se trata de poner el foco en lo bueno que también tiene uno, en lugar de fijarnos sólo en lo que nos falta de bueno o en lo que nos sobra de malo. Te animo a probar este pequeño truco y a que observes cómo te sientes después de cambiar tu lenguaje, en comparación a como lo hacías antes. Y, si te animas, cuenta tu experiencia en los comentarios.

Derribar o reformar la zona de confort

Es fácil dejarse llevar por la inercia del día a día, hacer siempre lo mismo, ir a los sitios de siempre, relacionarse con un pequeño grupo de amigos, hablar de los mismos temas… Está claro, quedarse en la zona de confort es sencillo y requiere mucho menos esfuerzo que salir, actuar y hacer algo para cambiar las cosas. Por algo lo llaman la zona de confort. Puede que sea limitante y minúscula, pero qué bien se está ahí dentro. 

¿Qué es la zona de confort?

Es ese espacio en el que te desenvuelves en el día a día, limitado por fronteras invisibles autoimpuestas, donde te sientes tranquilo y seguro.Parece bonito, pero hay algo que chirría. No estás agusto del todo, te falta algo. A menudo las personas se ven envueltas en situaciones intermedias, que ni fú ni fá, no estoy mal pero tampoco estoy bien. Puede que te sientas estancado en un trabajo, que sigas en una relación de pareja que no te satisface o, simplemente, que no te atrevas a cambiar de look. Da igual lo trascendental que sea la temática, la cuestión está en que en el fondo tienes la necesidad de cambiar, de dar un giro a tu vida, de hacer aquello que siempre habías soñado, liberarte de las ataduras autoimpuestas… pero no sabes cómo. A veces, hasta el más pequeño de los cambios puede parecer un suplicio en comparación con la opción de no hacer nada, tenemos un don para encontrar el confort en el disconfort. 

¿Debo derribar mi zona de confort o me vale con una pequeña reforma?

Vale, esto está muy bien, pero, ¿cómo podemos salir de esta zona tan confortablemente inconfortable? ¿Debo derribar todo mi mundo y empezar de cero? ¿Puedo hacerlo poco a poco? Sobre esto hay mucho escrito y se pueden encontrar cientos de formas de hacerlo, pero no hay ninguna receta infalible para obtener el éxito. Como en casi todo, se trata de ajustar los cambios a tus necesidades, a cómo eres, cómo te sientes, qué prefieres y cómo lo prefieres hacer… El secreto está en aumentar el perímetro de tu zona de confort en lugar de derribarla por completo, y lo puedes hacer de formas distintas, poco a poco o bruscamente, elige lo que te haga más feliz y con lo que sientas mayor comodidad. Hay personas que apuestan por los cambios radicales, poniéndose después como ejemplo y contando lo valientes que fueron al atreverse a dar un vuelco a su vida. Hay miles de historias de este tipo donde dan detalles de lo de felices que son desde que le hicieron la peineta a su jefe y montaron su propio negocio… Siempre con final feliz, por supuesto. Pero esto no es así para todo el mundo, la vida real es mucho más variopinta y por supuesto hay muchas historias de gente que se atrevió a virar de rumbo y fracasó, lo cual no le quita mérito al asunto. Pero, en mi opinión, cada persona tiene su ritmo y eso hay que respetarlo. 

Medita, ¿Cuál es tu necesidad?, ¿Cuál es tu ritmo?

A veces con pequeños cambios graduales ejecutados de forma segura y con calma se puede conseguir mayor equilibrio y bienestar que con un cambio radical. Por tanto, no siempre se trata de salir, sino de ampliar nuestra zona de confort. Ten en cuenta que muchos cambios que ya hayas hecho en tu vida supusieron en un principio salir de esa zona, pero con el tiempo dejaron de generarte malestar y se convirtieron en parte de tu zona de seguridad. 

En primer lugar, hay que reflexionar sobre uno mismo, analizar en qué punto estás, si estás verdaderamente agusto o si hay aspectos que te gustaría cambiar de tu vida. Tómate tu tiempo para reflexionar sobre ello, escribir puede ayudar, ya que la escritura ordena el pensamiento. 

7 Claves para ampliar la zona de confort

  1. Establece metas nuevas. Analiza qué está interfiriendo con tu bienestar y haz una tormenta de ideas sobre soluciones posibles. Después decide cuáles de esas ideas puedes llevar a cabo, aunque sea difícil. De nuevo, escribir en el móvil, el ordenador o una libreta, pueden ayudar a aclararte. Una vez que tengas las metas decididas, divídelas en objetivos más pequeños que te acerquen de forma consecutiva y progresiva. Piensa de forma pormenorizada qué pasos tienes que dar para llegar a la meta final. Por ejemplo, si tu meta es cambiar de trabajo, uno de los primeros objetivos será actualizar el currículum, el segundo buscar empresas donde quieres trabajar, el tercero ponerte en contacto con ellas… Es muy importante que las metas y objetivos que te marques sean realistas, alcanzables y mensurables, es decir, que puedas comprobar de forma objetiva si estás cumpliendo lo que te has propuesto.  
  2. Amplía tu mundo. Atrévete a hacer aquello que siempre has soñado, o al menos algo que se acerque mucho. Por ejemplo, si siempre te ha gustado la escalada pero no estás en forma física para subir el Everest, siempre puedes al menos ir a un rocódromo cerca de tu ciudad y empezar a entrenar. 
  3. Anticípate a tus propias excusas. Podemos ser unos expertos en boicotear nuestros propios planes mucho antes incluso de que empiecen. Para evitar caer en esta auto trampa es imprescindible que nos adelantemos a ese yo del futuro que aprovechará cualquier excusa, por muy mala que sea, para no hacer algo. Por ejemplo, si mi meta es mejorar mi forma física, tengo que planificar a qué gimnasio me voy a apuntar, qué material y ropa deportiva voy a necesitar, qué tiempo de la semana le voy a dedicar… y obviamente una fuerte determinación.   
  4. Olvídate de los lunes. ¿Cuántas veces te has dicho “el lunes empiezo”? Se acabó, el cambio debe empezar hoy mismo. Abandona esa costumbre de posponer. Lo único que consigues así es alejarte más de tu estado ideal. 
  5. Sé flexible. En términos psicológicos la flexibilidad implica mirar el mundo de otra forma, ser capaz de ver las situaciones desde distintos puntos de vista, entender que a veces las cosas no son tan simples o que no son como parecen, que puede haber diferentes formas de explicar lo mismo, que tu forma de pensar no es la única… Esta forma de reflexionar amplía tu abanico de opciones y es una manera más saludable en términos psicológicos de estar en el mundo. 
  6. Arriésgate a cometer errores y aprende de ellos. Ya lo dice la sabiduría popular, el que no arriesga, no gana. Si no compras un billete de lotería nunca te va a tocar. Proponerse los cambios deseados como retos, en lugar de como amenazas, es un truco sencillo que puede ayudarte a dar el primer paso. Es posible que falles, que te caigas y que tengas que volver a ponerte en pie.    
  7. Aprende a tolerar la incertidumbre. Uno de los obstáculos más frecuentes es la intolerancia a la incertidumbre. La falsa sensación de que tenemos el control es uno de los mejores aliados de la zona de confort. En nuestra rutina, por muy aborrecible que sea, pensamos que por poder anticipar lo que va a ocurrir tenemos el control. Pero la mayoría de las veces es una mera ilusión, no somos el maquinista, sino un pasajero del tren. Reflexiona sobre ese supuesto control que tienes de lo que ocurre en tu día a día, y si te merece la pena o no continuar así.   

Del dicho al hecho siempre hay un trecho. Las redes están plagadas de consejos genéricos, aptos para cualquier situación, pero en la realidad la teoría puede ser difícil de aplicar, y el hecho de tener una taza o un póster con mensajes positivos no garantiza nada. Siempre hay que respetarse a uno mismo, forzarnos pero sin pasarnos, manteniendo el equilibrio entre cambio y bienestar, y aprendiendo a tolerar ese malestar inevitable inherente a la vida misma. Elige si quieres ampliar tu zona de confort y, en caso afirmativo, ve a tu propio ritmo, sin dejarte presionar por las ideas preconcebidas de que si no rompes con todo no has hecho nada. A veces, el simple aleteo de una mariposa puede desencadenar un huracán a cientos de kilómetros, ¿no?