A Filomena, desde que tiene uso de razón, le han dicho que es muy torpe. Se lo decía su hermano, se lo decía su madre y se lo decía su padre. Después de las primeras veces, ya se lo decía ella misma, a veces incluso con cierto orgullo. Se lo decía tantas veces que se lo acabó creyendo a pies juntillas y, como era muy torpe, hacía a menudo cosas de torpe y, por supuesto, no hacía aquellas cosas que no podía hacer porque, cómo no, era muy torpe.
A todos nos pasa un poco como a Filomena en muchos aspectos. Nos decimos que somos de tal o cual manera y que por eso no podemos hacer algo, o que no soportamos sentir determinadas emociones, y por eso evitamos situaciones que nos la provoquen, o que es horrible que el mundo sea de tal forma y que por eso no podemos evitar enfadarnos.

Lo que nos decimos es muy importante
Nuestro pensamiento, ese discurso o monólogo interno que todos tenemos y que no para en todo el día, modifica la realidad, no directamente, claro, pero sí de forma indirecta, transformando la forma en que la percibimos, la forma de sentirnos o la forma en que valoramos o juzgamos nuestras experiencias. El lenguaje es una poderosa herramienta que nos ha permitido evolucionar como especie pero a la vez nos impone una serie de trampas de las que nos puede costar mucho deshacernos y que nos dejan atrapados en nuestra propia mente. Nos pasamos todo el día describiendo, categorizando, evaluando, comparando, etc. hasta el punto de que nuestro comportamiento está más influido por estos procesos internos que por las propias experiencias que tenemos en nuestro día a día.
Los pensamientos nos enganchan y nosotros nos dejamos llevar, nos dejamos hacer. No nos planteamos que pueda otro modo de ver, hacer o sentir las cosas diferente a como nos decimos. Filomena no se plantea que a lo mejor no es tan torpe. El lenguaje no sólo modifica las experiencias que estamos teniendo, si no que también nos modifica a nosotros. Podemos llegar a obligarnos a cambiar nuestra forma de sentirnos si consideramos, a través del lenguaje, que algo no nos afecta tanto como debiera. Imagina que te llama un amigo al que no ves desde hace tiempo y te cuenta que le ha pasado algo malo. Cuando cuelga te sientes un poquito triste, pero nada del otro mundo. Y entonces surge un pensamiento en tu cabeza que dice, “debería sentirme peor, le ha pasado una desgracia y yo me quedo tan normal” y por supuesto, te das la razón a ti mismo, y empiezas a darle vueltas y vueltas a esa desgracia que le ha pasado a tu amigo hasta que te sientes tan mal que te quedas “agusto”. Casi toda nuestra realidad está construida con el filtro del lenguaje, lo que nos lleva continuamente a adelantamos a los acontecimientos, en lugar de vivirlos, y a recordarlos de forma distorsionada por el mismo motivo.
¿Cómo salimos de la trampa del lenguaje?
La solución puede ir por muchos caminos, pero un buen punto de partida es la toma de conciencia. Se trata de empezar a ver nuestro pensamiento como lo que es, un proceso mental que ocurre dentro de nosotros en lugar de considerarlo como una verdad inmutable y absoluta que no se puede cuestionar. Que tenga un pensamiento de que soy torpe no significa que sea torpe. Tal vez ayude a clarificar este punto una metáfora sobre un aspecto muy actual. No es lo mismo el post de Instagram donde publicaste las fotos de la última fiesta con tus amigas que la propia fiesta en sí. En esa velada ocurrieron muchas cosas que no se ven en la foto. De forma similar, en el día a día ocurren muchas cosas que nuestro diálogo interno no menciona, y no por ello dejan de ser importantes. La realidad es el momento presente, no el pensamiento, al igual que la realidad es el momento vivido en la fiesta, y no las fotos subidas a la red social. Los pensamientos nos describen la vida, pero no son la vida misma.
La mejor forma de aprender a sortear las trampas del lenguaje es aprendiendo a conectar con el momento presente, atendiendo a las experiencias en el momento en que se están produciendo, sin juzgar continuamente. Para ello, puedes entrenar la habilidad mindfulness. Esta te permite desenredarte de los líos que impone la mente y vivir en el presente, sin dejarte engatusar por las trampas de las palabras.